- El relieve: condiciona la agricultura de diferentes maneras: en primer lugar mediante la incidencia en el tiempo, ya que altitud de un lugar modifica las condiciones climáticas generales; por otra parte, se crean diferencias entre laderas, de solana y umbría, de sotavento y barlovento, que van a condicionar el tipo de vegetación que se localice en ese lugar.
En segundo lugar el relieve afecta al sector agrario a causa de las dificultades que crea la altura y la fuerte pendiente a la ganadería y a la agricultura. Para solventar estos problemas se han aplicado desde antiguo en zonas montañosas técnicas para allanar las pendientes, como las terrazas y los bancales. En cuanto a la ganadería existen algunas especies y razas mejor adaptadas que otras a la altura y a la pendiente.
- Los suelos: son una síntesis de elementos inorgánicos (la roca madre), como de elementos orgánicos (material de origen animal o vegetal en descomposición), en el que inciden una serie de factores como el clima, el relieve y la acción del hombre. Es por esta mezcla de elementos y factores que existen muchos tipos de suelos con sus características propias, que influyen en el tipo de vegetación que sustentan. Entre estas características destacan:
- El hidromorfismo es la capacidad de algunos componentes de formar una película impermeable cuando se ponen en contacto con el agua de lluvia, lo que impide su correcta absorción y por tanto producen encharcamientos y sus consecuencias fatales para la vegetación que sustenta.
- La salinidad es el contenido de sal en los suelos. Existen plantas adaptadas a suelos salinos, pero por lo general suele constituir un problema para la agricultura. La salinidad de los suelos puede aumentar debido a la entrada de agua del mar a través de acuíferos sobrexplotados.
- La erosión es la pérdida de suelo fértil. Cuanto mayor es la pendiente mayor es el peligro de erosión existente. Si se pierden los estratos exteriores, donde se encuentra la mayor parte de la materia orgánica, la producción disminuirá. Para luchar con este problema se plantean diversas soluciones, como cultivar siguiendo las líneas de nivel, creación de terrazas, o mantenimiento de la vegetación para que sostengan el suelo. La erosión además plantea otra clase de problemas como la colmatación de embalses.
- El clima, dependiente de dos factores:
- Las precipitaciones limitan las producciones agrarias tanto por exceso como por defecto; también los tipos de precipitación (lluvia, granizo, nieve) y la intensidad con la que caen, afectan de manera distinta a la vegetación. Existen plantas hidrófilas que necesitan mucho agua para desarrollar sus procesos vitales, mientras que otras son xerófitas, y se desarrollan en ambientes secos. Por otra parte, las precipitaciones no son continuas a lo largo del año, sino que existe una estacionalidad en la distribución de las precipitaciones. Además puede haber irregularidad interanual, provocándose momentos de sequía (años en los que las precipitaciones son especialmente escasas).
- Las temperaturas, igualmente limitan el desarrollo de las plantas, por eso cada zona climática tiene una vegetación concreta, no siendo los mismos productos agrícolas los que se cultivan en el trópico que en las zonas frías del norte de Europa. Las heladas son un elemento que afecta negativamente al desarrollo de la vegetación. No todas las plantas admiten heladas duraderas. Para evitar las temperaturas extremamente bajas, y aumentar la producción de cultivos correspondientes a otras zonas del planeta, se han desarrollado técnicas como los invernaderos y los cultivos bajo plásticos, que protegen los cultivos frente a las temperaturas bajas.
- Red hidrográfica: suficiente para el riego (tanto superficial como subterránea), supone otro factor limitante importante para la agricultura y la ganadería. Para el aprovechamiento de este agua y solventar el problema de su carencia se desarrollan técnicas de almacenamiento de agua (embalses, charcas); se utilizan las aguas subterráneas (pozos); se aplican técnicas de ahorro de agua (riego por goteo). Ya desde antiguo los primeros agricultores comprendieron la importancia del agua para sus cultivos, y construyeron canales en Egipto o Mesopotamia, para favorecer la agricultura en estos lugares. Los árabes, conocedores también de la importancia del agua, desarrollaron técnicas para sus regadíos, como el sistema norias, albercas y acequias.
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